Acaba de partir a la eternidad don José Gerardo León Quesquén, Pepe León, como se le conocía a este ilustre testimonio vivo del banjo criollo en Ciudad Eten. Nacido en ese distrito un 21 de septiembre de 1936, desde que aprendió a tocar el banjo, su vida estuvo vinculada a este instrumento que alguna vez fue parte esencial de las formaciones básicas de los conjuntos criollos en el departamento de Lambayeque.

Tras recibir la Medalla Señor de Sipán, del Gobierno Regional de Lambayeque, con sus hijas, Jesús y Lourdes.
Con un banjo bajo el brazo
Aprendió a tocar el banjo a los 14 años. Su padre, Gerardo León Calderón, lo llevó de la mano por los caminos de la música. Encargó la fabricación del primer banjo de José a don Teodoro Millones Cipión, quien regentaba un taller de carpintería en Ciudad Eten. Como otros maestros carpinteros de Lambayeque, don Teodoro fabricaba escritorios y repisas, pero también banjos. En ese tiempo, la caja de los banjos se fabricaba con pequeñas piezas de madera de media pulgada de espesor que se imbricaban como miniaturas de ladrillos. Todo se disponía en un molde para lograr la circunferencia completa de la caja del instrumento y luego se aplicaba una plancha de metal en forma de aro para formar la tapa con la boca de resonancia.
Pero, mucho antes de que José tuviera su propio banjo de madera, parece que esta manufactura no era una tarea de carpinteros, necesariamente. José recuerda haber visto un banjo hecho completamente de hierro. Fue cuando paseaba por los aserraderos que había en Chiclayo a mediados de la década de 1970. En uno de ellos encontró un banjo tirado entre desperdicios y montones de repuestos y retacería. Le habían quitado el parche que le tapaba la boca de resonancia y servía de cuenco para darle comida a perros y gatos que los operarios del aserradero tenían como mascotas. José se percató de que la plancha de metal que hoy se hace de bronce o aluminio, de ese banjo estaba hecha de un plato para llanta de automóviles. Asimismo, la caja y el mástil eran de hierro, por lo que el banjo pesaba entre 8 y 10 kilos más o menos. José lamenta no haber guardado uno de esos artefactos. Está seguro de que eran los antecedentes más antiguos del banjo ligero y portátil de madera que conocemos hoy día.
Retornando a sus catorce años y con un banjo bajo el brazo, José fue llevado por su padre a la casa de don Rafael Quesquén -maestro de banjo en Ciudad Eten- para que le enseñe las primeras notas de aquella música que, muchos años después, sería capaz de desarrollar a lo largo de toda su vida. Don Rafael perteneció a esa casta de maestros tradicionales que utilizaban el método infalible de la oralidad: “Vea-escuche-aprenda”. El alumno o discípulo debía prestar atención como un soldado en el frente: los ojos bien abiertos, la mente lista para memorizar los movimientos de las manos veloces del maestro dibujando acordes en el diapasón del instrumento. “En ese tiempo, el señor Rafael Quesquén le daba a usted unos buenos chicotazos en las manos; si usted no apretaba bien la cuerda, le tiraba con una baquelita de cincuenta centímetros; le daba en los dedos y no se podía quejar”.
A los 24 años, José integró la orquesta Ritmo Norteño de Ricardo Ñiquen. El multi instrumentalista Simón Quesquén, hijo del maestro Rafael Quesquén, destacado en la trompeta, estaba a cargo de la guitarra. Tocaban merengues, valses, polkas, marineras y huarachas.
Como la mayoría de artistas populares que deambulaban en Chiclayo, José fue colega y amigo de los músicos de la Esquina del Movimiento, aquel mercado tradicional de músicos que se formó en el cruce de las calles Siete de Enero y Pedro Ruiz de Chiclayo. En ese momento, la formación de la peña criolla básica lambayecana, la formaban tres o cuatro músicos: guitarra, banjo, batería y saxo. En ocasiones, bastaba la formación de guitarra, batería y banjo. La introducción y melodía de los temas las hacía el banjo. Otro instrumento muy popular en estas ocasiones era el clarinete. Con Simón Quesquén a la guitarra, José Nuntón en el clarinete, Nicolás Seclén -que formaría la legendaria agrupación lambayecana Los Mochicas- en la voz principal y Elías -un compañero músico de Monsefú que radicaba en Eten- en el saxo, José conformó una pequeña orquesta con la que pasó muy buenos tiempos completamente dedicado a la música.


Con la artista nacional Fabiola de la Cuba y con los artistas chiclayanos Tito Monsalve, Pedro López Navarrete y Pepe Soto Guerrero.
Las correrías con el banjo le dieron a José la oportunidad de conocer a su querida esposa, doña Francisca Ángeles Ñiquen. En Ciudad Eten, los bailes se realizaban tanto en el Mercado Central como en el Centro Cultural del pueblo. El encuentro de José y Francisca ocurrió en uno de los bailes dominicales del Mercado Central. José, siempre armado de su fiel banjo, tocó lo mejor de su repertorio de marineras, valses, polkas, boleros y guarachas, y solía satisfacer cualquier pedido de la jocosa concurrencia, pero, a diferencia de otras tardes, ese domingo, su talento fue entregado con especial esmero a la bella Francisca Ángeles.
En el seno de esta sociedad amante de la música, el club social y el deporte, los músicos populares tenían un buen oficio: siempre había uno u otro señor, hacendado o comerciante, que les ofrecía un buen contrato para ir a tocar. Pero, desde los primeros años de la década del sesenta, las oportunidades para ganar dinero de esta forma empezaron a escasear. El último de los contratos que José obtuvo para animar un gran baile fue para Oyotún. Tenía, exactamente, 25 años. Acudió con su compañero de siempre, Simón Quesquén, quien había conseguido el contrato. Cumplieron con los cinco días que duró la fiesta y, después, la costumbre de hacer bailes decayó.

Nietos: Milagros, comunicadora y Fabián, futuro arquitecto, deportista y músico, quien sigue el legado de Pepe pulsando también el banjo.
El músico en su pueblo
Como músico de oído, José construyó su estilo de manera intuitiva y recogiendo recursos de manera oral. Fue el toque de Jorge Farroñay -otro banjista nacido en esta cuna de músicos que es Ciudad Eten- lo que le ayudó a perfeccionar su ejecución del banjo. El estilo de José deriva también de elementos materiales. Su primer banjo, por el que Teodoro Millones cobró veinte soles, tenía plancha de bronce y tapa de cuero de conejo. Hoy los banjos fabricados con estos materiales cuestan mil soles en promedio. Si la tapa es de aluminio, el precio puede bajar hasta unos cuatrocientos soles, pero el sonido es muy distinto; José prefiere el bronce. Además, las cuerdas que siempre ha utilizado son de metal.
La historia de José es, definitivamente, fundamental para el estudio de la ejecución del banjo criollo en la costa norte. Él nunca estuvo vinculado estrechamente con la industria de la música. Su obra, por ello, es esencial para conocer el fenómeno de la cultura tradicional, sobre la base de la experiencia de un músico alejado de la producción fonográfica o el espectáculo de producción de grandes proporciones. Recientemente, sin embargo, su figura trascendió los espacios estrictamente populares, en una suerte de “descubrimiento” de su trayectoria por instituciones y autoridades del contexto local, regional e, incluso, nacional.
En abril de 2012, fue invitado por la Escuela de Música de la Pontificia Universidad Católica del Perú para realizar una muestra de ejecución del banjo lambayecano, ante decenas de alumnos de esa casa de estudios. Aparte de la música y el deporte, José tuvo, desde muy joven, la vocación por el oficio de la carpintería. Asumió la presidencia de la Asociación de Carpinteros de Ciudad Eten en 2015, y logró mejoras en el local. Ese mismo año, fue identificado por Saberes Productivos del Programa Nacional de Asistencia Solidaria Pensión 65 como adulto mayor cultor de la música tradicional de Lambayeque. Destacó su figura como uno de los últimos lambayecanos de su generación que aún cultiva la ejecución de este instrumento tradicional.
También en 2015, recibió la Medalla de la Ciudad de la Municipalidad Distrital de Ciudad Eten como parte de las celebraciones por el 190° aniversario del distrito. La Resolución de la Alcaldía titulada firmada por el alcalde Germán Puican Zarpán, señala el reconocimiento e importancia que tiene su trayectoria en la región. Días después, con ocasión del 56º aniversario de fundación de la Asociación de Músicos Santa Cecilia de Ciudad Eten, la gestión municipal le otorga el Diploma de Honor.
Entre las presentaciones más recientes que José recuerda con mayor interés están las de 2017 en el Museo Bruning de Lambayeque y su participación en un homenaje al adulto mayor en el Asilo de Ancianos de Chiclayo. Este mismo año, fue elegido «Padre 2017», por el Centro del Adulto Mayor de ESSALUD de Monsefú, donde participaba en la peña que allí han conformado los etenanos adultos mayores. También en 2017, recibió la Medalla “Señor de Sipán”, máxima condecoración del Gobierno Regional de Lambayeque.
En 2019, fue invitado al programa «Súbele el volumen» de Radio Nacional del Perú, conducido por Zoraida Arias, interpretando, en aquella ocasión, arreglos para banjo de los valses “El Plebeyo”, de Felipe Pinglo Alva y “Estrellita del Sur”, de Felipe Coronel Rueda, además de la guaracha “Maringá” y algunas piezas de huayno y marinera. Asimismo, fue entrevistado en el programa »A lo grande» de TV Perú y en el Centro Cultural de la Universidad de Piura (sede Lima). En 2022 fue convocado por el Colegio de Periodistas de Chiclayo para una presentación artística en el local del Jockey Club.
Desde que obtuvo su primer banjo, fabricado hacia 1950 José León Quesquén no dejó de tocarlo. También ejecutó el alud y el tiple, pero se quedó con el banjo debido a su sonoridad, que lo cautivó desde el primer momento. Un accidente que le fracturó el brazo derecho cuando tenía 80 años, no detuvo su vida en la música; en cuanto sintió el primer alivio, el cultor cogió otra vez su instrumento. El conocimiento de sus correrías con el banjo, que le dio, además de jaranas y fiestas interminables, los mejores amigos, una gran esposa y cuatro hijos -José Gerardo, Justa de Lourdes, Francisca de Jesús y José Iván-, nos ayuda a entender elementos importantes del proceso de la música popular de la costa norte peruana. De esta manera, las tonadas, que un octogenario José sigue sacándole a su querido banjo, han sido oídas impensadamente por su nieto, Fabián Díaz León, quien, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, ha aprendido a tocar el banjo. De hecho, Fabián ya tiene entre manos un estimable repertorio de valses y otros ritmos que tañe en este noble instrumento, que alguna vez fue un venerado protagonista en la interpretación de la música popular del departamento de Lambayeque. (Con información de la Revista Arariwa. Gherson Linares Peña sostuvo una conversación personal con Pepe León, el 27 de noviembre de 2022).

La periodista Jesús León recibió el reconocimiento de la USAT por el documental “El banjo en el corazón”, que elaboró semanas antes de su fallecimiento dedicándolo a su padre, Pepe León.
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Tu legado en mi corazón
“Mi amor por la música nació contigo, con tu banjo y mamá Paquita cantando siempre. Fue la mejor escuela para aprender la letra de valses y marineras. Recuerdo cómo, antes de la pandemia, tu estado de salud comenzó a deteriorarse, pero ¡nunca te rendiste! A pesar de que el covid te dio, seguiste firme como un roble. Con valentía y actitud positiva, afrontaste más de 15 quimioterapias y el cabello apenas se te cayó. En todo momento, tu sonrisa iba de la mano con tu buen apetito y era la dupla perfecta para disfrutar de tu compañía y ocurrencias.
El 18 de octubre fuimos temprano a tu control médico y te animé a usar tu chaleco negro, aunque tenías calor. Tu primera nieta, Milagros, cumplía años ese día y estabas ansioso por regresar a verla pues ese día llegaba de viaje.
«Parece mentira, ya 25 años mi mamita». Ese mismo día, con Milagros te grabamos con tu chaleco para el pequeño documental que con amor esbocé. ¡Nos hemos reído cuando dijiste: tengo 18 años en vez de decir 88! Te conté algo del proyecto y, cuando aún estabas en casa, te lo mostré terminado la primera semana de noviembre. “Está muy bonito, hijita, y tienes que pasarlo a toda la familia”. El 14 de noviembre, te llevamos por emergencia al hospital y, el 22 de noviembre, recibí la noticia que mi trabajo inspirado en ti había ganado una “Mención de honor”. En el mismo concurso, tu nieto Fabián había ganado el segundo lugar en su categoría. En medio de tu deterioro, te alegraste con la noticia.
“El banjo en el corazón” narra una parte de tu vida y hablas de tu gran amor por la música. Pese al gran dolor que nos ha causado tu partida, ayer vivimos un bonito momento gracias a ti en la USAT – Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo.
Te amamos, papito Pepe. Tu legado vivirá siempre en nuestros corazones y en la música que nos enseñaste a amar. Descansa en paz, querido papá. Nosotros seguiremos unidos con el ritmo de tu amor” (Publicado en el muro del Facebook de la periodista Jesús León Ángeles).
Publicado en el Semanario Expresión, de Chiclayo, jueves 12 de diciembre de 2024.



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