Habría de ocurrirle una situación muy grave, como la que le sucedió en 1991, para que Luis Montenegro se deshaga de la farmacia que, hasta ese momento, en Chiclayo había fundado y mantenido con su esposa Elisa Rivasplata en favor de la población norteña del Perú durante doce años. Pero, a pesar de las inclemencias, la continuó sosteniendo para que hoy, 44 años después, Santa Verónica siga permaneciendo.
Por: Larcery Díaz Suárez y Jesús León Ángeles
Desde que inició su trabajo, el doctor Montenegro lo hizo con otra mirada: formular medicamentos. Hay diferencia con otras farmacias en lo que aquí se hace. Si bien por la formulación de medicamentos se debe esperar una receta y prepararla (antes se llamaba rebotica), Montenegro con su esposa ya creaban sus propios productos. Si en el mercado costaba 80 soles, en Santa Verónica se vendía a 10; era la copia de un producto para más gente.

El Dr. Luis Montenegro se siente orgulloso de que, 44 años después, Santa Verónica siga superviviendo. A pesar de ser la más joven, fue la única que resistió el embate.
Debacle y liberalización
El problema no solo fue para la familia Montenegro-Rivas Plata sino para todo el Perú. Se inició en 1990. Fujimori ganó las elecciones prometiendo no aplicar el shock económico que proponía su contendor Mario Vargas Llosa. Una vez en el poder lanzó el “Fujishock”. El 8 de agosto, el ministro de Economía Juan Carlos Hurtado Miller anunció la eliminación de los subsidios a la gasolina y alimentos, liberó precios y tipo de cambio. Los precios se dispararon: la gasolina subió de 21,000 a 675,000 intis, el dólar se cotizó a 265,000 intis y los productos básicos se duplicaron o triplicaron. “¡Que Dios nos ayude!”, dijo Hurtado al final de su mensaje. El shock tuvo un alto costo social. Aumentaron la pobreza y la pobreza extrema.
Así, en los años noventa se liberalizó la farmacia. No era obligatorio el farmacéutico. Vinieron las cadenas de farmacias y empezaron a contratar a profesionales por horas. De las 90 farmacias de Chiclayo, casi todas cerraron. De 1990 a 1995 ya no podían competir con las grandes cadenas. Había que hacerlo con precios o calidad. Llegaron boticas millonarias y embellecieron anaqueles cual casas comerciales. La gente fue atraída por esto.
La Santa Verónica siempre tuvo clientes. Por eso sobrevivió. Y se mantuvo el perfil de una farmacia que servía a la gente. Pero necesitaba también mercadería, aunque no había cómo reponer los medicamentos y se compraba de a pocos, prestando al banco para pagar a empleados y servicios básicos. A pesar de ser la más joven de las farmacias, fue la única que resistió el embate. “Mantener la presencia de la gente significa que tú estés ahí, siempre”, dice Montenegro. Ello, a pesar de que, con 44 años, el local de Santa Verónica, en Luis Gonzales, sigue siendo alquilado. Ahora, con él trabajan en la farmacia un químico farmacéutico y cuatro bachilleres próximos a egresar.
A mediados de los noventa, la gente sentía que había más comercio que profesionalismo. Con esa “libertad” para abrir boticas, aparecieron otras; y, por la cercanía con Ecuador, el contrabando de medicina, robo de medicamentos en hospitales y venta de medicina falsificada. Aún el 2022, en Lambayeque se decomisaron 380 kilos de medicamentos adulterados y de dudosa procedencia.
Por ello se cambia la mirada hacia la farmacia. La gente empieza a valorar al profesional permanente, a la persona que no tiene como lema “Aquí se vende más barato”, ni “aquí se vende con el 10 o 15 por ciento”.

Le quitaron su casa, pero no la farmacia
En 1991 Montenegro prestó al banco para sobrevivir, hipotecando su casa. Originalmente fueron 50 mil soles, que se transformaron en 800 mil, porque el crédito se pasó a dólares. La deuda se volvió impagable, pues el dólar se disparó. Siete años después, en 1998, no pudo pagar y el banco se quedó con el inmueble de la urbanización Los Parques, donde habían nacido y crecido sus tres hijos. Montenegro siguió resistiendo. Aún en momentos difíciles era, a la vez, presidente de la Asociación de Padres de Familia del Colegio Manuel Pardo, donde proyectó e hizo realidad el coliseo. Tuvo que trasladarse a una casa alquilada, hasta que, años después, compró una vivienda en la avenida Santa Victoria. Su dedicación a la farmacia fue aún más fuerte. “Hoy, gracias a Dios, soy el sobreviviente de una generación”.
Alguna vez, Montenegro reflexionó: ¿Cómo sin ofrecer obsequios la gente llega? Y vienen de varios lugares, de Lambayeque y de otras partes del norte y nororiente del Perú. Y esperan. Detrás suyo vienen otros y parece que los pacientes nunca acaban: “Acabo de venir de Bambamarca” (250.7 km, por carretera, en Cajamarca). “Vengo de Jaén y me voy en la noche (301.4 km por carretera, en Cajamarca). Estoy desde las 5:00 de la mañana esperando”; de Bagua (321.9 km por carretera y la vía Belaúnde, en Amazonas); de Chepén, en La Libertad (78.3 km por la Panamericana, etc.). “No puedo decir vuelvan mañana, porque deben regresar hoy mismo”.
Con los años, el farmacéutico ha soportado mucha carga física y mental. Comenzó a tener problemas con el adormecimiento de las piernas. Hoy, previamente se selecciona a 20 personas que forman cola desde las 6:00 de la mañana. Uno de esos días Montenegro me cuenta haber atendido por lo menos a 70 personas. Entonces se les da 20 tickets; pero la persona que lo recibe ha venido con sus hijos, padres o hermanos. “Para mí no es un trabajo sino una gracia de Dios. Todos los días le pido a Dios que me ayude. ¡Ya que me metiste en esto, ayúdame!”. Hay quienes le manifiestan: “Usted ha sanado a muchos. Por eso vengo a que me sane”. Pero también hay los que quieren contar cosas graves -como un cáncer-. Lo que aconseja es que no se alejen de Dios. De paso les indica que, para su tranquilidad, pueden tomar toronjil, incluso toda la familia. A veces, cada paciente llega con dos o cuatro miembros de la familia que, con el paciente, quieren escuchar lo que se le dice y también a veces se asombran ¡que solo les recete toronjil!
Según explica, la farmacia permite hablar con el paciente más de lo que un médico en un consultorio. “Si tienes esa disponibilidad, puedes estar con un paciente hasta 15 minutos. Y hay gente en la cola que se enoja. ‘¡Apuren…!’. Las personas requieren paciencia -por ello son pacientes-, tienen dolor, algo malo en su salud”.

A pesar de los años negativos, Montenegro persistió y sobrevive.
La fe del paciente
Pregunto al doctor qué tanto de fe tiene el paciente que llega a él. Me dice que cada uno viene con mucha confianza. “La confianza, traducido a fuerza es la fe”. Incluso hay quienes no necesitan medicamento ni lo que se parezca. Y lo expresan: “Me habían dicho que usted era así y eso me satisface y me siento mejor”. Y, al no necesitar medicamento, tampoco se les receta ni da alguno. “La confianza es el premio que tiene esta farmacia; pero también la perseverancia, la dedicación y pidiéndole a Dios el acierto. Mucha gente me dice: ‘Gasté mucha plata y con tan poco me sanaste’”.
Para Montenegro, ese el pago más grande a su trabajo. Si una persona lo dijo, posiblemente se lo habrá contado a otra y otra. “Dios me ha premiado con salud, facultades y entereza para seguir a pesar de tantas dificultades. Y cada día aprendo más, porque la idea es saber más para ser mejor. Eso debería ser un lema. Es como cerrar brechas”, afirma.
También, hay que decirlo, la idea del paciente es ser escuchado porque hay mucha desatención en los hospitales. Quienes tienen dinero van a clínicas; aunque no es secreto que Santa Verónica atiende a gente con solvencia económica. Uno de los días que conversamos con Montenegro ya había atendido a 40 personas y de ellas a gente solvente. Y se había quedado en la farmacia hasta las 3:00 de la tarde para no ir después. Una vez fue por la tarde sólo por retirar un producto y tuvo que sentarse para atender hasta las 7:00 de la noche en que cerró la farmacia. Pero lo hace con gusto. “Eso, para mí, es cosa de Dios; no hay otra explicación”.


En la celebración de los 40 años de la farmacia donde laboran. Luis Montenegro, con uno de sus colaboradores.
Un día gratis de farmacia
Te asombras cuando lees o escuchas la oda sobre la farmacia, de Pablo Neruda. Con tanta sabiduría, se pregunta por qué no hay un día gratis de farmacia (“…Farmacia, iglesia/ de los desesperados,/ con un pequeño/ dios/ en cada píldora:/ a menudo eres/ demasiado cara,/ el precio/ de un remedio/ cierra tus claras puertas/ y los pobres/ con la boca apretada/ vuelven al cuarto oscuro del enfermo,/ que llegue un día/ gratis/ de farmacia,/ que no sigas/ vendiendo/ la esperanza,/ y que sean/ victorias/ de la vida,/ de toda/ vida/ humana/ contra/ la poderosa/ muerte,/ tus victorias…”).
Le pregunto si alguna vez ha pensado como Neruda, sobre un día gratis de farmacia. En Santa Verónica desde siempre y a quienes veía que no tenían, Montenegro daba gratis el producto, reconociendo que hay quienes no pueden pagarlo. “Si bien hay un pequeño Dios en cada píldora, también Dios se enoja si das un medicamento sin prescripción; o que lo lleve, no lo use y en algún momento lo tome y se intoxique. Si Neruda cree que Dios siempre está en cada píldora, hay que pedirle a Él que siempre vaya en cada medicamento”. Por otro lado, un día de farmacia sería mala propaganda. “Mucha gente iría solo a Santa Verónica, porque creen que el dueño tiene dinero para regalar”.

Por qué químico farmacéutico
Luis Montenegro fue primer alumno del Colegio Manuel Pardo. Había un laboratorio químico y se asombraba con las mezclas en tubos de precipitación, vasos de ensayo o microscopios. Su esposa, Elisa Rivasplata, sí tenía vocación, porque desde la secundaria quiso farmacia. A ambos los fue formando la inclinación de servicio, a pesar de que su esposa le decía: “Contigo perdemos plata”. Recuerda esto y le da gusto, sobre todo cuando llega gente que lo ha conocido de niño, como los abuelos de la actual alcaldesa de Chiclayo, Janet Cubas Carranza, cuya familia vivía a pocos metros de Santa Verónica, en la calle Francisco Cabrera.
Es consciente de que en algunos médicos hay celos de su labor; aunque tiene pacientes médicos, que incluso forman cola por algún producto y también para consultar. Entienden que hay “algo más”, que lo puede manejar el farmacéutico. Mucha gente llega por una consulta. La diferencia es que aquí no se ausculta, como hacen los médicos. Se escucha. “La gente quiere que la escuchen; y, con eso, el cincuenta por ciento se siente aliviada”. Se llama atención farmacéutica, similar al acto médico. El acto farmacéutico consiste en la bondad del medicamento para buscar solucionar el padecimiento. Pero, para ver si eso aplica o no, se tiene que recibir sus problemas, sus malestares. “Algunos tienen tratamientos médicos muy largos o costosos; y confían en ti. Qué tanto crees que me vas a ayudar. O crees que no debo continuar”.
Pongámonos en el otro lado. Habría gente que tiene dinero, pero no quiere ir a un médico. Va a la farmacia por lo que le han contado del doctor Montenegro. Hay quienes no les gusta ir a un médico. Quieren que les hablen algo sobre su enfermedad. Muchos le sueltan: “tengo tal cosa. ¿Qué debo tomar?”. Responde: “Toma esto y si ves que no vas mejorando, tienes que ver un médico; y si eres asegurado, mejor”. Pero al seguro la gente le tiene miedo. Lamentablemente las largas colas y el tiempo los agobia más. Montenegro manifiesta en las reuniones del Colegio Químico Farmacéutico: “La gente llega a la farmacia porque tiene necesidad, porque tiene dolor; y hay que saber más para ayudar más; y sean conscientes, sean amigables”. Y esto explica, porque siempre le preguntan: ¿Cuál es el secreto de tu farmacia? “Ahí nunca ha habido descuentos, ni promociones. Odio eso. No debe haber ningún medicamento en propaganda porque se tiende a la automedicación.


La atención es personalizada. Eso atrae a la gente, que conversa con los farmacéuticos.
No es un negocio
Montenegro precisa que una de las características entre un consultorio médico y una farmacia es que aquí no hay eso de que “aquí se cura”. El único lema es “atención farmacéutica personalizada”. Y Hasta los mismos médicos y químico farmacéuticos de Chiclayo sienten que es una farmacia muy ética. “No hay ninguna incompatibilidad, porque no reviso a ningún paciente, no tengo camilla, ni estetoscopio, ni tensiómetro, instrumentos de ningún tipo, ni se toma la presión. Lo que se hace es dialogar; a la gente le gusta que la escuchen. Así, ya tiene la mitad de su problema resuelto, porque lo han exteriorizado. Le falta solo la indicación de lo que debe hacer. La gente no viene a comprar un regalo o un par de zapatos; viene por su salud; porque tiene dolor, o por su hijo o su familia; viene en busca de algo que saben que aquí lo va a conseguir. Y el primer paso que se da a la gente es la sonrisa del que lo recibe; no como aquel que lo atiende como si fuera un negocio”.
En la actualidad, el Colegio Químico Farmacéutico en Lambayeque cuenta con 777 agremiados. Pero el 30% de establecimientos farmacéuticos legales no tiene un profesional con los conocimientos relacionados a los productos.
Según la Gerencia de Salud, de más de mil farmacias, el 40% son clandestinas. El secreto de Santa Verónica es hacer las cosas pegadas a lo bueno; pensando en que, al que están atendiendo, tiene que irle bien. “Como que tu deseo es un pedido a Dios”.
Además, como colegio profesional los médicos invitan al doctor Montenegro a sus reuniones. Como miembro de la Mesa de concertación, participa con su decano. Es decir, hay relación entre la medicina y la químico farmacéutica. Es el equipo de salud en uno. (Fin)
Luis Montenegro: Cura con toronjil pero ha creado 60 nuevas medicinas (Primera entrega)
Luis Montenegro: Tanto el cólera como el covid se enfrentaron a la Santa Verónica (Segunda entrega)


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